Réquiem por la ’Ceiba amorosa de Acapulco’


Relato de la agonía de un árbol histórico del puerto, el cual hoy vive sus últimos momentos

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Réquiem por  la ’Ceiba amorosa de Acapulco’
Medio ambiente
Mayo 19, 2016 14:57 hrs.
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Esteban Blancas Balbuena › codice21.com.mx

’Como árbol he sido anterior al hombre, sin mí no tendría el ser humano ni frutos, ni raíces, ni sombra. Las aves no tendrían nidos. Almaceno enormes cantidades de carbono, reciclo los nutrientes del suelo, influyo en el ciclo del agua y la climatología local’, según los científicos.

’Los árboles morimos de pie, con dignidad y orgullo’, como reza el título de la famosa obra teatral del dramaturgo español Alejandro Casona, ’como árbol donde nací, me integré a la ciudad, integrándome como mobiliario humano, perdí mi autonomía, mi espontaneidad, mis relaciones sociales dentro de la naturaleza, mi temperamento natural, la libertad, por eso mi vida deja de ser larga y mi agonía pronto llegará’, dice.

’Crecí de manera natural en América Central y Sudamérica y soy un árbol sagrado para muchas culturas, tengo un lugar histórico en Acapulco, que pocos saben, ya que de mi cuerpo amarraban los galeones que venían de manila, así aparezco en los registros de los años 30 y fuimos los dioses de los mayas. Somos muy pocas las ceibas que vivimos en la plancha de concreto de la ciudad, las dos que estamos en frente del Ayuntamiento del parque Papagayo, la de la Siete Esquinas, en el cruce de Ejido y Constituyentes, frente al bar Las Chalupas’, señala.

Me encuentro en medio de un camellón de la avenida Cuauhtémoc, donde los autos circulan en cinco carriles; fueron tapadas mis raíces por una plancha de concreto hidráulico, donde el agua de lluvia difícilmente penetra, y para el colmo, pasará el Acabús sobre mis raíces, que nutren mi cuerpo, además de que la contaminación se impregna en las hojas y la orina de los perros se queda en las raíces.

Las posibles heridas ocasionadas se quedan sin sanar. Las plagas y enfermedades sin curar. A la orilla construyeron dos vialidades más, el famoso ’Puente Bicentenario’, donde circulan vehículos en sentidos opuestos, donde el calentamiento y el dióxido de nitrógeno, uno de los gases más contaminantes emitidos por los coches lo que agrava el calentamiento global, lo que causa que mis hojas se marchiten antes de tiempo; me asfixiaré a corto plazo.

Las autoridades municipales y estatales me quieren trasladar a mi nuevo hogar, el parque Papagayo, donde estaré junto a mi familia y seré el hogar de las aves, y el costo por mi traslado será de 50 millones de pesos. Me quieren quitar porque soy un estorbo para que pueda circular el Acabús y siguen matando árboles, en aras de las obras de modernidad de Acapulco.

Cuando sea más grande, la gran mayoría de la gente se enfadará conmigo, cuando mi raíces levanten el pavimento. Destruiré el carril y es que desgraciadamente pocos saben que la culpa no es del árbol, sino de la persona que lo plantó, o mi culpa por la madre naturaleza, de haber nacido en ese lugar.

Hubo grupos ambientalistas, ’Guerreros Verdes’, líderes de opinión, periodistas, extranjeros y los niños acapulqueños, entre otros, que lucharon sin cesar porque me protegieran; exigieron ante intentos del gobierno por talarme o moverme, que seguirán en su lucha por mantener a la naturaleza del puerto.

Si muero, quiero resucitar en miles de ceibas para Acapulco, con mis retoños, o mi clonación, que valga la pena mi muerte para las futuras generaciones de los niños, y como un Ejército quiero que ellos den vida a mis retoños, sembrando miles de ceibas amorosas en todo Acapulco, en un proyecto de reforestación en esta época de lluvias.

De todas maneras voy a morir. Pisarán mi corazón, que son las raíces y por los lados, contaminarán mi cuerpo y mis brazos y mis hojas, mi espíritu será feliz y no será en vano mi muerte Sí, veo con amor mis frondosos retoños mecerse con el viento, que sopla del aire otoñal de la bocana y escuchar el trino de las aves cuidando sus polluelos, que no perdieron su hogar.

Al fin he tenido que rendirme, sé que en estos momentos la gente la está pasando muy mal ante mi agonía, los cuales intentan salvarme y que no cesan de arroparme y sacar imágenes para dar a conocer el mundo mi derrota. Extranjeros también, sí, hasta siento cuando vienen extranjeros, a prenderse de mi belleza y principalmente los niños acapulqueños.

Cuanto he visto a lo largo de los años mi vida, recuerdo con melancolía que todos se citaban aquí: ’Quedamos – decían - en la ’ceiba amorosa de Acapulco’. Sí, y hace ya tiempo, mucho, que junto a estas raíces mías, se reunían los intelectuales, periodistas, niños y extranjeros, qué pena, estoy suspirando por el alma de mis ramas, seca mi sangre en las hojas, suspiros al viento, viendo como mis hojas dejan su retina en la naturaleza, tal vez, suspire y no sé si suena una campana y tocan a difuntos. Ya sé que la tristeza está en el alma de mis defensores y yo no puedo con mi savia…. Con lo que he sido…una muerte anunciada…espero morir por una causa… Gracias a vuestros ojos: ’Si Dios creó la naturaleza, es obligación del hombre conservarla’… ’Aquí yace la ceiba amorosa de Acapulco, por los siglos de los siglos. Amen’.

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