El Tijeretazo Político
Joaquín Bojorges
Los planes de reestructuración de Pemex y la oleada de apagones que la Comisión Federal de Electricidad (CFE) no ha podido contener en diversos estados del país no son hechos aislados. Reflejan el agotamiento de un modelo energético estatista que, lejos de garantizar soberanía, ha profundizado la ineficiencia, la opacidad y el rezago tecnológico. México se enfrenta hoy a una crisis estructural en sus dos principales empresas paraestatales de energía, y la respuesta institucional parece más orientada a maquillar el colapso que a transformarlo.
En Pemex: deuda, ineficiencia y reestructuración sin rumbo
Petróleos Mexicanos carga con una deuda superior a los 100 mil millones de dólares, una cifra que la convierte en una de las petroleras más endeudadas del mundo. A pesar de los subsidios millonarios y los discursos de rescate, la producción de crudo continúa en declive. La reestructuración anunciada por el gobierno de Claudia Sheinbaum plantea una integración vertical que eliminaría subsidiarias y buscaría mayor eficiencia operativa. Sin embargo, los detalles son escasos y la estrategia parece más política que técnica.
La reciente revelación de tres nuevos yacimientos con reservas prospectivas de 100 millones de barriles ha sido presentada como un logro, pero sin una infraestructura moderna ni una gestión transparente, estos hallazgos corren el riesgo de convertirse en promesas vacías. Pemex no necesita más petróleo; necesita una transformación radical en su modelo de gestión, rendición de cuentas y sostenibilidad.
Por otro lado en CFE: apagones, rezago y colapso operativo
La CFE, por su parte, ha sido incapaz de contener una oleada de apagones que en mayo de 2024 afectaron a más de 2.6 millones de usuarios en 21 estados. El sistema eléctrico nacional opera con un factor de planta de apenas 47.6%, lo que limita su capacidad de respuesta ante picos de demanda. De los 232 proyectos contemplados en el Programa de Desarrollo del Sistema Eléctrico Nacional (PRODESEN), solo nueve han sido concluidos.
El subejercicio presupuestal del 22% en inversión para generación y distribución eléctrica revela una negligencia estructural. No se trata solo de falta de recursos, sino de una gestión que prioriza el control político sobre la eficiencia técnica. Los apagones no son accidentes: son síntomas de un sistema que se cae a pedazos.
El modelo energético en crisis
La crisis de Pemex y CFE es también la crisis de un modelo energético que excluye a actores privados, ignora la innovación y se resiste a la rendición de cuentas. El discurso de soberanía energética ha sido utilizado para justificar el monopolio estatal, pero en la práctica ha servido para encubrir corrupción, opacidad y decisiones técnicas subordinadas a intereses políticos.
La propuesta de reforma energética de Sheinbaum busca eliminar el carácter monopólico de ambas empresas sin privatizarlas, abriendo el mercado a la competencia. Es un paso necesario, pero insuficiente si no se acompaña de mecanismos de transparencia, participación ciudadana y regulación efectiva. Además, el cumplimiento del T-MEC en materia energética podría generar tensiones con socios comerciales si México insiste en mantener un modelo cerrado y poco competitivo.
De ello podemos llegar a la conclusión de una energía sin soberanía ni futuro
La crisis de Pemex y CFE no se resuelve con discursos ni con promesas de reestructuración. Se requiere una reforma energética que combine eficiencia operativa, sostenibilidad ambiental y transparencia institucional. El Estado mexicano debe dejar de ser un administrador opaco y convertirse en un regulador estratégico que garantice el acceso universal a la energía sin hipotecar el futuro.
La soberanía energética no se mide por el control estatal, sino por la capacidad de ofrecer energía limpia, segura y accesible para todos. Y en ese sentido, México está lejos de ser soberano.