El Tijeretazo Político
Joaquín Bojorges
* Venezuela como alerta continental.
* ¿Y México? Vulnerable por omisión.
* El papel de las élites y el blindaje institucional.
Mientras Nicolás Maduro se aferra al poder en Venezuela, sorteando acusaciones de narcoterrorismo y violaciones sistemáticas a los derechos humanos, el escenario latinoamericano observa con atención —y México debería hacerlo con lupa.
Estados Unidos ha intensificado su narrativa al señalar al régimen de Maduro como una amenaza transnacional, vinculándolo con organizaciones criminales como el Cártel de los Soles, y en ocasiones, con redes que operan desde México. Este encuadre no es meramente diplomático: es una arquitectura jurídica y estratégica que podría replicarse en otros países, especialmente cuando las fronteras entre el poder político y el crimen organizado se difuminan.
Maduro, quien ha sostenido su legitimidad en procesos electorales cuestionados y en el respaldo militar, se enfrenta a un cerco internacional que no sólo lo señala como dictador, sino como actor clave dentro de una estructura criminal. Las sanciones, los llamados a reconocer a gobiernos paralelos y los posibles procesos judiciales fuera de Venezuela trazan un precedente: cuando los marcos locales no garantizan justicia, los actores internacionales entran en juego.
En México, aún sin un Nicolás Maduro, hay señales inquietantes. La colusión entre autoridades locales y grupos criminales ha sido documentada en múltiples informes; las desapariciones forzadas, los ataques a periodistas, y el control territorial por parte de grupos armados muestran síntomas estructurales que no se resuelven con discursos de soberanía. Si a esto se suma la falta de transparencia y la débil rendición de cuentas, el país queda expuesto a presiones externas que podrían emerger no sólo desde Washington, sino desde organismos multilaterales que ya observan con recelo.
Rubio y otros senadores estadounidenses han insinuado que si México no investiga a ciertos actores políticos, financieros o empresariales con nexos dudosos, lo harán ellos. Esta dinámica de externalización de justicia puede parecer intervencionista, pero también refleja un vacío interno. La pregunta clave es: ¿cuántas figuras públicas en México podrían estar caminando sobre la cuerda floja que ya quebró en Caracas?
La lección que deja Venezuela no es únicamente sobre el fracaso democrático, sino sobre cómo un Estado puede ser degradado a ente criminal bajo el amparo del discurso soberano. México aún tiene margen: para robustecer instituciones, proteger a quienes denuncian, y evitar que la justicia llegue como un misil diplomático desde fuera. Pero ese margen se acorta. Y si algo nos dice el caso venezolano, es que cuando el golpe llega… no suele avisar.