El tijeretazo político
Joaquin Bojorges
En un país herido por la violencia y la indiferencia institucional, el sonido de las campanas puede tener más poder que mil discursos. Este 20 de junio, a las 3:00 p.m., los templos mexicanos repicarán por la paz. No será solo un acto simbólico, sino un reclamo de memoria: tres años han pasado desde el asesinato impune de los padres jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora, junto con el guía de turistas Pedro Palma, en Cerocahui, Chihuahua.
El llamado del Episcopado Mexicano sacude no solo las campanas, sino también las conciencias. En un país donde los números de víctimas crecen y la respuesta del Estado se diluye en discursos huecos, este acto es una bocanada de dignidad. No es casual que la Iglesia apele a la memoria: allí donde el Estado olvida, la comunidad recuerda.
Ayer también fue Jueves de Corpus Christi, una solemnidad que celebra el Cuerpo de Cristo hecho presencia en la Eucaristía. Desde las calles de pueblos adornadas con flores, hasta las mulitas de palma que evocan el sincretismo popular, México vivió una fiesta de fe y de comunión. Pero también fue una oportunidad para preguntarnos: ¿cómo celebramos el Cuerpo de Cristo cuando tantos cuerpos son ignorados, desplazados o asesinados?
El repique por la paz y el pan partido del Corpus Christi no son hechos aislados. Son llamados a reconfigurar la nación desde lo profundo. Mientras el sistema político persiste en su autocelebración, como si la gobernabilidad se sostuviera con espectáculos y cifras manipuladas, hay un México que resiste desde el altar, desde la calle, desde la memoria.
Porque cada campanada hoy es también un veredicto: si no hay justicia, habrá recuerdo. Y si el poder no escucha, el pueblo repicará más fuerte.