El descarrilamiento del Tren Interoceánico en Oaxaca, con 13 muertos y casi un centenar de heridos, no es solo un accidente; es el retrato de un país donde los grandes proyectos se anuncian con fanfarrias, pero se ejecutan con prisas, improvisación y opacidad.
Se nos dijo que el tren sería símbolo de desarrollo, que conectaría océanos y abriría oportunidades. Hoy, lo que conecta son funerales y hospitales. El discurso oficial habla de unidad, de acompañar a las familias, de no politizar la tragedia. Pero ¿cómo no politizarla, si el tren mismo es un proyecto político, impulsado como emblema de modernidad y orgullo nacional?
Las condolencias de quienes tienen vínculos familiares con el proyecto suenan huecas. No porque el dolor no sea real, sino porque la memoria pesa, hubo advertencias sobre la calidad del balastro, hubo voces que ironizaron diciendo ’ya cuando se descarrile será otro problema’. Pues bien, el problema llegó, y con él la evidencia de que la negligencia mata.
Hasta este momento sabemos que la cifra oficial de lesionados por el descarrilamiento del Tren Interoceánico en Oaxaca fue ajustada a 70 personas, mientras que resultaron 13 personas muertas. según los reportes más recientes de las autoridades de salud. Inicialmente se había informado de 98 heridos, pero tras la verificación de altas médicas y traslados, el número se redujo.
Las reacciones de esta tragedia se convierten en la columna vertebral de la crítica que es clara, no basta con pedir unidad, hace falta rendición de cuentas. La unidad sin verdad es complicidad. El duelo sin justicia es olvido. Y el desarrollo sin seguridad es propaganda, se sabe que circula en redes el audio donde el hermano del secretario de organización de Morena y el primo de ellos.
José Ramón López Beltrán publicó un mensaje lamentando la tragedia y pidiendo que fuera un momento de unión, no de ataques.
El mensaje fue recibido con fuertes cuestionamientos, ya que su hermano Gonzalo ’Bobby’ López Beltrán ha sido señalado en investigaciones periodísticas como involucrado en la supervisión de contratistas y en la explotación del balastro utilizado en la obra.
Tras el accidente, resurgieron audios y declaraciones previas de allegados al proyecto que habrían minimizado la calidad del balastro, lo que alimenta el debate sobre posibles negligencias técnicas y responsabilidades políticas.
El Istmo de Tehuantepec merece más que discursos, merece vías seguras, supervisión rigurosa, transparencia en los contratos y respeto a la vida de sus comunidades. Porque si el tren descarriló, también descarriló la confianza. Y reconstruirla no será cuestión de discursos, sino de asumir responsabilidades.


