El Tijeretazo Político
Joaquín Bojorges
En el Estado de México, la historia tiende a repetirse, pero no por falta de memoria, sino por exceso de ambición. El reciente anuncio del regreso de los corralones y el servicio de grúas, bajo la administración de Delfina Gómez, revive un esquema que en el pasado fue sinónimo de abuso, corrupción y extorsión sistemática.
Durante el sexenio de Eruviel Ávila, este modelo fue desmantelado tras múltiples denuncias ciudadanas. No era una política de movilidad, era una maquinaria de saqueo. Elementos de tránsito, operadores de grúas, encargados de depósitos y mandos superiores tejieron una red de complicidades que convertía cada infracción en una oportunidad de negocio. El ciudadano, atrapado entre la arbitrariedad y la op solo con dinero, sino con tiempo, dignidad y desconfianza institucional.
Hoy, bajo el argumento de ’ordenar el espacio público’ y ’recuperar ingresos estatales’, el sistema vuelve a activarse. Pero la pregunta es inevitable: ¿quién realmente se beneficia? Porque si el pasado nos enseñó algo, es que el dinero que debía ingresar a las arcas estatales terminaba en bolsillos privados, alimentando una cadena de favores y silencios.
El secretario de Movilidad, Daniel Sibaja, aparece como uno de los principales impulsores de esta medida. Su entusiasmo contrasta con el silencio frente a los riesgos que implica reactivar un modelo sin controles claros, sin auditorías independientes y sin mecanismos de defensa para el ciudadano. ¿Dónde está la garantía de que no volveremos a ver grúas cazando autos como si fueran presas, con tarifas infladas y procesos opacos?
La gobernadora Delfina Gómez tiene ante sí una decisión crucial: permitir que la movilidad se convierta nuevamente en botín, o construir un modelo que priorice el servicio público, la transparencia y el respeto a los derechos ciudadanos. Porque gobernar no es administrar negocios, es proteger a la gente.
La ciudadanía no necesita más grúas, necesita más garantías. No quiere más corralones, quiere más confianza. Y sobre todo, exige que la historia no se repita como tragedia, ni como farsa.