ARTE EN MÉXICO. SU RELACIÓN Y CONTRIBUCIÓN A LA IDENTIDAD NACIONAL


El ser mexicano o sentirse como tal va mucho más allá de comer pozole cada 15 de septiembre y ponerse un sombrero de charro cantando junto al mariachi, Es toda una serie de comportamientos e imágenes, por lo que se debe tener muy en cuenta lo que el arte ha aportado a la identidad nacional posicionando el concepto d

ARTE EN MÉXICO. SU RELACIÓN Y CONTRIBUCIÓN A LA IDENTIDAD NACIONAL
Biografías
Enero 29, 2019 18:28 hrs.
Biografías ›
Ana Celia Montes Vázquez › Informativo Nacional

El ser mexicano o sentirse como tal va mucho más allá de comer pozole cada 15 de septiembre y ponerse un sombrero de charro cantando junto al mariachi. Es toda una serie de comportamientos e imágenes, por lo que se debe tener muy en cuenta lo que el arte ha aportado a la identidad nacional posicionando el concepto de México y lo mexicano al exterior, pero también lo interno al reforzar la idea de una patria mexicana común desde Tijuana hasta Chetumal, concepto que viene gestándose desde el siglo XIX. Y todavía más, que todo esto ha sido un esfuerzo de parte del Estado mexicano por unificar ideologías contrarias y regionalismos a través de elementos comunes tales como la comida, el paisaje, la música, las costumbres, la indumentaria y, por supuesto, las imágenes.
Ahora bien, el concepto de identidad puede ser tan amplio que, incluso, abarque aspectos psiquiátricos y para efectos prácticos se utilizan objetos y entornos para expresar la idea que tenemos de nuestra identidad, aunque va mucho más allá de la expresión de quiénes somos. En el caso de nuestro país, desde el siglo XIX se plantearon con fuerza intentos por constituir un ideal de lo mexicano a partir de la visión idílica de la patria, como parte de la corriente denominada Romanticismo, la cual exalta los valores de amor, heroísmo, nobleza, abnegación y patriotismo como una forma de homogeneizar un país, México, el cual siempre ha estado dividido desde la época precolombina en regionalismos y grupos con variados intereses políticos, económicos y hasta morales.
Y aunque habrá quienes se resistan a creerlo, pero el cine mexicano ha sido una fuente inagotable de imágenes y estilos en donde la conformación de la industria cinematográfica nacional reflejó ese intento en dos cuestiones fundamentales: La primera, en nombrar a las recién generadas productoras fílmicas con apelativos que denotaran algo nacional; y la segunda, la construcción de personajes, escenarios y situaciones que reflejaran todo lo mexicano de manera reiterativa e idealizada como lo mejor, hasta el grado de caer en chauvinismos (comida, vestuario, música, canciones, forma de hablar, escenarios, adornos y hasta bebidas alcohólicas). Indigenismo cosmopolita, comedia ranchera y el cine social y urbano reflejaron la visión idílica de los indígenas mexicanos con los rostros impecables de María Félix, Pedro Armendáriz y Dolores del Río, de Jorge Negrete –el Charro Cantor por excelencia— y de Germán Valdés Tin Tán y David Silva con su forma de vestir y de hablar, típicas ambas de los barrios populares de los años 40 y 50. En otras palabras, todo es tan mexicano que el charro busca a su novia, quien lo recibe en el balcón a la medianoche vestida de china poblana con todo y el escudo nacional en su falda de lentejuelas, y le da serenata con el mariachi y bebe tequila sin bajarse del caballo (¿alguna semejanza con la conmemoración de El Grito de Independencia?). Todo muy mexicano y muy macho, ¿¡eh!?

Queda claro que había una necesidad por la búsqueda de un común denominador que uniera a los mexicanos alrededor de algo mexicano, valga la redundancia, y qué mejor que la historia, esa memoria colectiva surgida de la cotidianidad, pero también de la tradición, por lo que en 1835 aparece la primera obra sobre historia antigua de Carlos María Bustamante, historiador mexicano decimonónico, quien buscaba de esta manera dar a conocer parte del devenir histórico nacional con la idílica visión de patria común. A través de sus libros, Bustamante acuñó imágenes de nuestros héroes e inventó casi todos los mitos y anécdotas de la guerra de Independencia, que más tarde fueron repetidos en los libros de texto. Y fue la historia prehispánica su fuente de inagotable orgullo.

Pero, ¿cuándo o cómo es que el Diseño Gráfico como una forma del arte se incorpora como, primero apoyo visual, y después como clave para desarrollar y afianzar esa identidad mexicana? La investigadora Julieta Ortiz Gaitán responde que es en los fundamentos de la publicidad en nuestro país (finales siglo XIX) y después con el diseño de escaparates (principios del siglo XX) cuando en los primeros anuncios comerciales existe la intención de presentar soluciones formales atractivas, novedosas y actuales, cuyo impacto visual configure ya el inicio del diseño gráfico publicitario. Este dato ilustra esa necesidad de configurar una disciplina en forma para la producción de imágenes que respondiera a los requerimientos de una época, la Porfirista, por conformar una personalidad propia que había ya incorporado elementos galos con el Art Decó y el Art Nouveau en su vida diaria (arquitectura, moda, costumbres y comida).
Con esta tendencia nacionalista perdurable después de la violencia de la Revolución Mexicana como un objetivo ideológico, se creó la Secretaría de Educación Pública (SEP), de la que fue su primer titular José Vasconcelos Calderón siendo presidente Álvaro Obregón (28 de septiembre de 1921), y llevó a cabo en una campaña masiva de alfabetización con varias acciones entre las cuales están la publicación de libros con temas de literatura universal al alcance de las mayorías; la popularización de la cultura acercándola a los grupos marginales, y fomentó la obra de pintores que habrían de efectuar grandes murales, con el visto bueno del gobierno, en los edificios oficiales –empezando por la sede de la propia SEP— que marcaron una época en la historia del arte mexicano, cuya principal característica fue la de retomar las imágenes consideradas como muy mexicanas (personajes, colores, escenas de la historia patria, etcétera) para plasmarlas en lugares al alcance de cualquier espectador, también como una forma de democratizar el arte y el conocimiento. Asimismo, impulsó la creación de tres departamentos: Escolar, de Bibliotecas y de Bellas Artes. Monumental esfuerzo que de igual forma implicó el dar a conocer aspectos de la historia nacional y, sobre todo, reflejarla por medio del arte.
Por su parte, el presidente Lázaro Cárdenas promovió el muralismo como una forma de impulsar a la clase trabajadora teniendo a Diego Rivera como el muralista de temas obreros con formación ideológica y política, exaltando actividades agrarias e industriales, también al maestro rural y su labor, con base en una visión de lo mexicano con elementos de la naturaleza y productos de nuestro país, en tanto José Clemente Orozco retrató el costo humano de la historia de manera desgarradora, y en Siqueiros la pintura es una enérgica síntesis de sentimiento e ideología.
Para ilustrar este aspecto, cabe citar a Castrux. Caricaturista por más de 40 años en el periódico Ovaciones, acuarelista, pintor al óleo del Popocatépetl y del Cerro de La India de su natal Coahuila, y también muralista, pues elaboró un mural en la casa de Cantinflas a la salida a Toluca con el tema del desierto del norte y Coahuila. Egresado de La Esmeralda, escuela de Bellas Artes, a la que asistió cuando se ubicaba todavía atrás de la iglesia de San Hipólito en el Centro, Jesús Castruita Marín fue ayudante entre 1948 y 1954 del pintor José Clemente Orozco cuando plasmó un mural de 300 metros cuadrados en la Benemérita Escuela Nacional de Maestros, Alegoría Nacional, por encomienda de la SEP, por lo que aprendió el temple a base de tierra con agua, cal y cemento. Recuerda de su maestro José Clemente Orozco que, además de tener muy mal genio, aprendió la técnica del muralismo que requiere mucha dedicación: ’A Orozco le gustaba mucho el tema de lo mexicano, por eso hacía unos cuerpos grandes y hasta toscos, al contrario de Diego Rivera que era más detallista. El maestro Orozco le gustaba más pintar un mural porque lo consideraba más permanente, eterno y aguantador frente a los cambios del clima, además de que está a la vista de todos siempre, incluso desde lejos; detalle que le gustaba mucho por estar de acuerdo con la política de entonces, que era la de llevar el arte a la mayoría de la población en amplios espacios’.
Por ello, la historia nacional de un pueblo es, además de su memoria, su identidad y elemento de cohesión. Así pues, la forma en que se le trate servirá para justificar la permanencia de un determinado grupo en el poder. Es decir, en tanto más se identifiquen los avances sociales, políticos y económicos con el régimen su legitimidad ante la población estará garantizada, máxime cuando se auxilia de imágenes con las que a diario se convive y refiriéndose a la historia oficial en forma de narraciones para la enseñanza de la historia nacional con un principio, desarrollo, fin y enseñanza moral, y para ello basta con contemplar el logotipo del actual gobierno mexicano con las figuras de Benito Juárez, Lázaro Cárdenas y Francisco I. Madero.
Y resulta todavía muy atractiva, actual y funcional la fórmula historia-identidad-imagen. Tanto así, que en los primeros días del mes de mayo de 2016 fue inaugurada la exposición El arte de la indumentaria y la moda en México: 1940-2015, la cual, además de exhibir prendas de vestir y accesorios de diseñadores exclusivos y reconocidos en el Centro Cultural Banamex-Palacio de Iturbide (Ciudad de México), destaca el origen indígena de ellos y enfatiza los bocetos, documentos, fotografías y pinturas que del mismo modo se muestran de la autoría de Diego Rivera, María Izquierdo y Juan Soriano, entre otros artistas plásticos, lo cual también habla de una apropiación de las expresiones populares y artísticas, incluso revolucionarias, por parte del grupo hegemónico político y económico como signos de estatus a partir de remarcar lo autóctono y la construcción de lo mexicano. La identidad nacional, pues, ha sido motivo de atención de la cúpula en el poder desde los albores del siglo pasado.
Sin embargo, algo que ha caracterizado la producción artística de nuestro país ha sido la institucionalización de las artes con base en el lineamiento oficial de planes y programas de estudio en forma para su profesionalización con el claro fin de reforzar una identidad nacional pictórica. Y también resulta y sucede que esos organismos son producto de una identidad nacional que se manifestaba en varias acciones cotidianas, entre ellas el arte.
Tal es el caso de la Academia de San Carlos, establecida por Jerónimo Antonio Gil, director de grabado de la Casa de Moneda para formar artistas con los conocimientos y recursos indispensables que los volvieran capaces de desarrollar su oficio. Hoy sabemos que la Academia de San Carlos resguarda varios acervos artísticos en varias sedes, siendo la más importante el Museo Nacional de San Carlos (Ciudad de México).
En cuanto a lo que la Academia de San Carlos ha aportado a la conformación de la identidad nacional y al Diseño Gráfico, Guadalupe Rosas, grabadora, ilustradora, caricaturista y terapista que utiliza el arte como una forma de terapia ocupacional y relajante, egresada de la Escuela Nacional de Artes Plásticas hoy FAP (Facultad de Artes Plásticas), declara: ’Históricamente, San Carlos es la academia más antigua de Latinoamérica en la que se han formado extranjeros con maestros con conocimiento de las materias; en la actualidad es una institución educativa bien identificada con la formación de artistas. Surgió por una necesidad de formación de recursos humanos que diseñaran las monedas. Después de agrupar artistas, plástica, arquitectura y numismática. Asimismo, se ha preocupado de verdad en proponer cómo integrar las artes visuales y el Diseño Gráfico, porque antes estaban divididos. Las herramientas del Diseño Gráfico utilizadas por los artistas visuales para generar producción que pueden generarlo también y comunicar visualmente con lo plástico. Promueve la identidad y la enriquece con lo plástico retomando elementos mexicanos incorporándolos, como sucedió durante la década de los 80, cuando el diseño mexicano era muy identificable por los colores pasteles del box, con la tipografía de colores e iconicidad llevada al extranjero que la reconoce, sin duda alguna, con México’.
De igual forma sucedió con La Esmeralda (Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado (ENPEG) perteneciente al Instituto Nacional de Bellas Artes, que si bien se fundó en la década de los 60, sus inicios radican en los talleres gratuitos para todo el público (Escuelas de Pintura al Aire Libre), principalmente a obreros y a campesinos, pero que de igual forma se vieron concurridas por adultos y niños. Los talleres eran gratuitos y en ellos se ofrecía una libertad completa con un desarrollo artístico principalmente intuitivo, los cuales también fueron parte de la empresa cultural vasconcelista. Y hasta el día de hoy perdura La Esmeralda como una de las principales instituciones de la plástica nacional, de alto contenido académico.
El caricaturista de El Heraldo Juan Alarcón, licenciado en Escultura por La Esmeralda, recuerda que en su generación (1988-1993) no existía el término de artista visual, sino simplemente de pintor, grabador o escultor. ’Sin embargo, ya desde entonces estaba estructurando sus programas tendiendo muy en cuenta al Diseño Gráfico, que es un arte más utilitario con un claro objetivo público y editorial, por lo que sí se apoya en el arte aplicado a ciertas necesidades visuales como es el caso de un espectacular, cuyo mensaje tiene un objetivo específico y con la intervención del Diseño le da un objetivo narrativo al cliente’. Asegura que el arte constituye un gozo visual y tiene un valor por sí mismo, ’por lo que hay todo un mercado de la apreciación de la belleza en sí misma, lo cual también puede constituir un mercado de la nostalgia al coleccionarse, además de las galerías de arte que lo promocionan’. En cuanto a la aportación de La Esmeralda como escuela de artes plásticas perteneciente al Instituto Nacional de Bellas Artes a la generación de una identidad nacional, señala: ’La identidad es un concepto de lo mexicano, con una estética que ya tenemos, que nos rodea y constituye una memoria visual, a lo que ha contribuido La Esmeralda con la apuesta en el futuro inmediato con la formación de artistas que tienden a generar una identidad intrínseca en la memoria colectiva bajo una idiosincrasia nacionalista’.
En fin, como trabajo expresivo el arte constituye una actividad que responde a intereses de los medios de comunicación masiva en dos sentidos: Lograr una identidad propia mediante la conjunción de elementos distintivos (colores corporativos, tipografía, locutores exclusivos, escenografía, vestuario, musicalización, etcétera), y reflejar y reforzar sus intereses políticos, sociales, utilitarios y económicos.
Y para que quede más claro, el arte ha sido una de las tantas contribuciones a la conformación de lo nacional mexicano, pero también es resultado de muchas y variadas expresiones culturales y productos que no son del todo puros ni originales (por ejemplo, el caballo del charro mexicano, animal que vino con los españoles). Así pues, cada que alguien beba agua de jamaica por ser una bebida cien por ciento nacional, nomás recuerde que esa flor es de origen árabe, al igual que el traje típico de las veracruzanas…

*Maestra. FES ACATLÁN. UNAM

Ver nota completa...

Escríbe al autor

Escribe un comentario directo al autor

G-Y68CNH823N

ARTE EN MÉXICO. SU RELACIÓN Y CONTRIBUCIÓN A LA IDENTIDAD NACIONAL

Éste sitio web usa cookies con fines publicitarios, si permanece aquí acepta su uso. Puede leer más sobre el uso de cookies en nuestra política de uso de cookies.
G-Y68CNH823N